Mario Conde deambula por el balcón de la segunda planta.
El exbanquero es la estrella de esta noche en el edificio del Casino de Santa Cruz.
Marcha de aquí para allá.
Sin pausa pero con mucha prisa.
Hablando sin parar en su móvil.
Mientras los últimos rayos de sol pasan sobre el agua del lago abajo, la emblemática torre del Palacio Insular en el fondo.
Sonríe muy nervioso cuando le piden salir en la foto con la popular Cristina, la ambiciosa aspirante, que quiere convertirse en la primera alcaldesa de la ciudad de Santa Cruz.
Luego, se despide muy rápido para seguir al organizador en el salón de actos, lleno de gente que ya le esperan.
No es habitual, que un montón de personas espere a un ex preso.
Tampoco es habitual, que una muchedumbre anhela ver a un ex banquero.
Pero Mario Conde ha encarnado ambos papeles por completo a lo largo de las tres últimas décadas.
Y además lleva la corona de laurel del ángel caído.
Difunde los aires del Ícaro del mundo financiero que se extinguió cuando se acercó demasiado al sol del universo capitalista.
Esta noche, Mario Conde está aquí para suministrar a sus fieles seguidores obras impresas en las que expone las facetas contradictorias de su existencia.
“Días de gloria” es el título de su actual libro.
Hace unas horas, él ya lo presentó en la sucursal tinerfeña de “El Corte Inglés”.
En la sala del Casino dará una ponencia titulada “Crisis. Una oportunidad histórica”.
Por las profundas arrugas parece más viejo que sus 63 años
No obstante, en el momento, cuando está presentado por el organizador del acto, Mario Conde parece más la encarnación de un problema que la parte de la solución.
Muy distraída, su mirada vaga por el vació encima de las cabezas del público.
La tensa postura de su busto refleja su tensión nerviosa.
La azul corbata destaca de su traje, gris y demasiado amplio.
Un traje que cubre un cuerpo tanto flaco como rígido.
Algo que subrayan sus movimientos torpes y bruscos.
La firme y decisiva expresión del rostro, rasgo principal de las fotos publicitarias de su editorial, ha desvanecido completamente.
Las profundas arrugas le dejan parecer mucho más viejo que los 63 años que tiene.
Mario Conde está recogiendo energía.
De repente suena su nombre y se levanta de golpe.
Mira a las caras en las primeras filas y graba el micrófono.
Una herramienta muy familiar que le da certeza.
Muy despacio empieza el discurso, buscando la sintonía entre orador y oyentes.
Solamente en Navarra y el País Vasco hay industria relevante
Mario Conde cuenta que estuvo anteriormente en Tenerife.
La primera vez “con su primera esposa”, como añade´.
Probablemente sabiendo que la mayoría del aforo tampoco tiene problema de permitirse un segundo coche.
Y también sabiendo que la mayoría de la gente, sentada en las butacas, tiene una formación académica.
Mario Conde habla sobre su sobrino, un joven sobresaliente y superdotado.
Una persona de currículum ejemplar y con muchos títulos.
Pero lamentablemente, sin empleo digno.
Y probablemente dice eso para manifestar que incluso empresarios a su altura sienten y sufren los aspectos trágicos de la crisis económica en primera persona.
Claro que sí, las empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, los pilares de “nuestra sociedad”, quieren producir y generar riqueza.
Y los bancos, “los “catalizadores” en el sistema económico deberían cumplir su tarea y prestar dinero para facilitar las actividades de las empresas.
Pero, lamentablemente, las entidades bancarias han abandonado su responsabilidad por la sociedad y limitan sus actividades a negocios en los mercados financieros.
Desafortunadamente.
Porque no se puede medir la riqueza de una sociedad de las cifras “virtuales” financieras, generadas por especulaciones bancarias.
Es más, esta forma de generar y aumentar dinero empobrece a la sociedad que está, en su mayoría, excluida de procesos económicos de esta manera.
De actividades y negocios que no están basados en la creación de un “valor añadido”.
Conde lamenta la pobre estructura del panorama económico español.
Dice que solamente en Navarra y el País Vasco una industria relevante y recuerda que dos tercios de los cinco millones nuevos empleos, creados en España en los últimos veintisiete años forman parte del sector público.
Mario Conde explica la importancia de la experiencia de Dios
Dejando a parte la crítica de la actitud de los sindicatos respecto a las reformas laborales, ni siquiera, líderes de Izquierda Unida tendrían problemas de ratificar los argumentos, presentados esta noche.
Por supuesto, quejarse de la situación económica en general desde una torre de marfil que tiene su fundamento en la macroeconomía, es una cosa.
Comparecer en las salas del Juzgado Social en un sótano sin ventanas en la Avenida Tres de Mayo para recurrir a una despida injustificada, otra.
O mejor dicho: la última es una muy triste realidad.
Pero Mario Conde no vino a Tenerife para analizar todos los detalles y problemas de una economía, muy sometida a las fluctuaciones coyunturales que se llama turismo.
Conde vino para difundir su mensaje del “optimismo”.
Para decirnos que todos nosotros somos los responsables de nuestro futuro.
Para darnos a conocer la importancia de la experiencia de Dios.
Y para decirnos que las plantas solamente necesitan semillas, agua, luz y tierra para crecer.
Un lema tan sencillo de comprender, pero muy complicado de comunicar.
Eso también sabe ese Jesús Cristo en el escenario del Casino de Santa Cruz, que evidentemente ve su función en atraer a los comerciantes al templo.
Conde ha ensayado cuidadosamente las técnicas seductoras de los profetas.
Sabe, cuando es necesario subir la voz, cuando es necesario avanzar el compás de su habla o bajar el tono para enmascarar y suavizar la significación de sus objeciones retóricas.
Apuesta por cascadas de palabras que parecen ser sin fin pero siempre tienen una finalidad.
“La mano no calificada representa un gran porcentaje de la totalidad de la populación laboral del estado”, dice, para explicar las causas del desempleo masivo.
Una expresión, que, para este ponente, es un fragmento verbal extremadamente corto.
La sinfonía retórica de Mario Conde culmina en un furioso final
A lo largo de la ponencia, el vértigo de las construcciones verbales y gramaticales aumenta.
Salvas de frases están tiradas a un público, colgado de los labios del orador.
Un apretón de gente que más y más se rinde al sonido y la fluidez de la voz,
En vez de probar percibir con exactitud el contenido de las palabras comunicadas.
Con el paso del tiempo la sinfonía retórica llega a su crescendo para culminar en un furioso final.
No obstante, el conferenciante evita concluir su discurso con un mensaje de exagerada grandilocuencia sino dice algo como: claro que sí, vivimos una crisis . . . pero cada fracaso nos da la posibilidad de reflexionar.
Para reajustar el rumbo.
Para corregir el timón.
¡Coño, así es la vida!
Sigue el aplauso final.
Preguntas del público no son proyectadas.
Los aficionados, equipados con libros del orador, abordan el plató para llevarse el anhelado autógrafo del autor.
Adornado con una dedicatoria – ó mejor dicho – una “conde-lencía”.
Mario Conde sabe los servicios, necesarios de ofrecer a los clientes.
Tiene la suerte de ganarse la vida por su talento de convertir su excelente memoria en palabras y frases de buen sonido.
La vida y la economía real santacrucera afectan a los invitados de la ponencia, en su mayoría solemnemente vestidos, antes de llegar a la calle.
Al pie de la escalera del Casino de Santa Cruz, mendigos están al acecho para pedir limosnas.
Un poco más hacia la Calle del Castillo, en el centro del pueblo provisional de tiendas, algunos “indignados” preparan la mesa de arreglo para un concierto de instrumentos acústicos.
(Publicado en Tenerife Week, 2011)