Esculturas y diseños tienen rasgos muy propios.
“La arquitectura no te hace bailar”, dijo la estrella del pop David Bowie.
No obstante, eso fue exactamente el objetivo de los integrantes del Teatro Victoria, ubicado frente al parque municipal García Sanabria en Santa Cruz, en el verano del año que corre.
Los bailarines del teatro, treparon en las enormes cajas de hormigón concreto de “Introversión” y adaptaron su lengua corporal al compás de sonidos etéreos de José María Subirache.
Se aferraron también desesperadamente a las paredes del laberinto “Dado para 13” de Remigio Mendiburu, ubicado entre arbustos.
Flanqueados de copas de sabinas, balancearon en cuerdas por el estanque debajo del móvil de hormigón, hierro y latón, agrupado alrededor de un poste, creado por el catalán Guinovert.
Los bailarines utilizaron también el conjunto de figuras de hormigón y cubiertas de mármol del chileno Federico Assier.
Desesperanza fuese probablemente el motivo para crear la escultura, dado que el mismo año el dictador Pinochet se hizo presidente de Chile mediante un golpe de estado.
Obras de escultura suelen ser mudas y, muchas veces, también rígidas.
Esas características inspiraron a los bailarines a dar a vida obras de arte, situadas en el parque capitalino.
Los rincones del Parque García Sanabria albergan una gran variedad de esculturas, tanto objetos singulares como conjuntos de figuras, a menudo con formas misteriosas.
Las obras de arte de Santa Cruz sufrieron de negligencia
Durante décadas, las esculturas, fundidas en metal, molidas de hormigón o talladas en piedra y a menudo cubiertas de ramas y ramitas, llevaron una existencia sombría e inadvertida en los pulmones verdes de la capital,.
Los productos de creación artística ya están aquí desde mucho tiempo, no obstante muchos vecinos desconocen desde cuándo, por qué y con qué finalidad fueron colocados en sus sitios.
Las obras del parque comparten esta evidente insignificancia con las esculturas que se alzan un tanto abandonadas en el amplio paseo de la Rambla entre los semáforos y los multitudinarios carteles de tráfico.
Carcomidos por los gases de escape, modernos como si fueran chucherías polvorientas o gruesos mamotretos sin uso, almacenados en la estantería del salón burgués.
Estas esculturas e instalaciones salieron de un clamor, audible en toda Europa.
Entonces, a principios de los setenta, nacieron los primeros rastros en muchas ciudades.
Las administraciones querían también subir la implicación de la ciudadanía en las decisiones políticas y buscaron formas adecuadas para difundir el mensaje.
De eso salió la idea de transformar la calle, símbolo del anonimato metropolitano, espacio acogedor y de aprovecharse del arte para estimular el espíritu de los residentes.
Ayuntamientos de muchos países aprobaron presupuestos para equipar el espacio público con identidad propia y moderna mediante la colocación de instalaciones artísticas y esculturas en el centro de la ciudad.
El primer festival de esculturas en Santa Cruz
Hace cuarenta años, Santa Cruz de Tenerife también participó en este proyecto dedicado al arte callejero.
A fines del año 1973, 40 artistas plásticos participaron en la “I Exposición Internacional de Escultura en la Calle” para dar vida al espacio urbano de la capital tinerfeña.
El colegio de arquitectos tinerfeño supervisó la selección de las obras.
El proyecto se hizo realidad gracias a los muchos contactos que enlazaron los artistas de la isla locales con y el mundo artístico internacional.
El escultor Martín Chirino, conocido por sus espirales y gigantescas esculturas de metal, pertenecía desde los años 50 al grupo de artistas madrileños “El Paso”, que también había causado sensación más allá de las fronteras de España.
En décadas anteriores, el crítico de arte, Eduard Westerdahl perteneció al movimiento surrealista.
Gracias a estos contactos, el comité de selección fue capaz de invitar a personas ilustres como Joan Miró y Roland Penrose, amigo de Picasso.
Los contactos sirvieron también para recaudar los fondos necesarios.
La Caja de Ahorros y el Cabildo pusieron sobre la mesa dos millones de pesetas, y el Ayuntamiento de Santa Cruz y el Colegio de Arquitectos aportaron fondos.
Ser vanguardista significa adelantarse a su tiempo.
No obstante, hay muchos contemporáneos a los que filosofías y movimientos de esta manera no importan un pepino.
En los años setenta, Henry Moore vivió su auge
Desde la perspectiva artística, la exposición de esculturas fue un gran éxito.
El acto incluso salió en la portada de la revista cultural La Vanguardia.
El simposio de arte correspondiente fue un fracaso total.
A la mayoría de los vecinos de la capital el espectáculo dedicada a la moderna escultura no interesó.
Jóvenes opositores al régimen gritaron “menos esculturas, más libertades” respecto al espectáculo vanguardista, subvencionado por el Estado en la recta final de la dictadura franquista.
El británico Henry Moore, cuyas esculturas en metal están en muchas ciudades europeos, aportó la ‘Figura reclinada’.
Más tarde, se sustituyó la escultura por una obra de la serie “Guerreros de Goslar”.
Esta interpretación abstracto-orgánica del cuerpo humano todavía está en la Rambla.
El conjunto de tubos pentagonales, algunos superpuestos, por los que les gusta gatear a muchos niños en el Parque García Sanabría también es vestigio de la campaña de arte callejero.
Con motivo del cuadragésimo aniversario de la I Exposición Internacional de Escultura en la Calle del Ayuntamiento de Santa Cruz restauró numerosas esculturas.
Luego, las colocó en lugares destacados del paisaje urbano.
En las Ramblas de Santa Cruz hay muchas esculturas
Por lo tanto, en vista de las suaves noches de finales de verano, darse un paseo por el recientemente recorrido de esculturas en la capital parece imprescindible.
El preludio es la enorme instalación metálica de José Abad, soldada de partes de un avión siniestrado que saluda a los conductores cuando entran en las Ramblas desde la autopista.
Otras obras están en el amplio paseo entre las calzadas.
Justo detrás del Barranco de Santos, los rayos del sol se reflejan en la plateada y estrellada composición de aluminio y hierro del valenciano Andreu Alfaro.
“Hombre”, la construcción de discos con el ojo de la cerradura en el vientre difunde aires bastante discretos.
Su autora, María Simón, es la única mujer de la exposición.
La instalación “Móvil” del guadaljareno Francisco Sobrino destaca por rojos palos y bolas y parecen una interpretación plástica de Don Quijote y Sancho Panza.
Pronto, se ve las amontadas rojas cajas de metal rojo de Ricardo Ugarte tituladas “Lorea”, que recuerdan a un árbol.
El Guerrero de Goslar de Henry Moore en su bloque de hormigón disfruta de la sombra todo el día.
No muy lejos, las bolas, tanto de rojo como de negro, del catalán Xavier Corberó se mecen al viento.
Los “Ejecutores y ejecutados” representan a vencedores y vencidos de la Guerra Civil.
Otras obras son los cubos basculantes de Feliciano Hernández en la Rambla y la curvada “Lady Tenerife” de Martín Chirino frente al Colegio de Arquitectos.
Por supuesto, hay que incluir las numerosas obras del Parque García Sanabria en el paseo de escultura.
(La versión alemana publicada en Megawelle, 2011-2016)