Cartas de las Islas Canarias: el puerto de Garachico

El libro “Cartas de las Islas Canarias” muestra, que vivir en el archipiélago en la actualidad y hace 170 años tiene casi nada en común.

En nuestra época el avión te traiga al norte de Europa en cuatro o cincos horas y a América en un día.

Hace  170 años, el viaje de EEUU a Canarias –o al revés -duró un mes.

Daniel J. Brown, biólogo estadounidense que, en 1833, experimentó eso en su viaje a Tenerife.

Él llegó, encargado por importadores de vino estadounidenses, para examinar el paisaje.

En esa época, Tenerife sufría una profunda crisis socioeconómica y muchos isleños emigraron a otros países.

Además, el estancamiento de la exportación de vino a Inglaterra, obligó a los viticultores a encontrar nuevos mercados.

El martes 9 de julio, D. J. Brown partió de Nueva York a bordo de la fragata Brandywine sin saber lo que le esperaba.

Nunca había salido del inmenso continente americano, no obstante, representó los valores americanos de su época.

En su opinión, sus compatriotas no solo eran “libres y virtuosos”, sino también “inteligentes”, “fuertes”, “nobles” y “poderosos”.

Su imagen de Europa fue diferente.

Por supuesto, en el viejo continente, la cuna de la civilización, había esfuerzos hacia la democracia, pero también regiones llenas de “despotismo y superstición”.

El 10 de agosto, cuando el “Brandywine” se acercó a Tenerife no hubo vistas al Teide debido a la niebla.

Cartas de las Islas Canarias retrata el norte de la isla

Antes de entrar en el puerto de La Orotava, el actual Puerto de la Cruz, el barco fue detenido por una lancha aduanera.

Los funcionarios confiscaron los pasaportes, hicieron severas preguntas y ordenaron cuarentena de una semana para la tripulación y los pasajeros a una milla náutica de la isla.

Ocho días después, se celebró la visita inaugural de Brown al gobernador general en Santa Cruz.

El camino desde el Puerto de la Cruz, unos 50 kilómetros, se hacía a caballo.

Brown describe el valle de La Orotava como un “hermoso paisaje” de unos veinte kilómetros de largo, enmarcado en tres lados por montañas.

En el sinuoso camino hacia La Laguna pasa por los pueblos de Santa Úrsula, La Victoria y La Matanza, y le asombra que pueblos con  topónimos marciales como La Victoria y La Matanza estén situados en un paisaje tan apacible

El acceso al centro del Puerto de la Cruz hace unos cien años
El acceso al centro del Puerto de la Cruz hace unos cien años

Brown pasa por plantaciones de palmeras datileras, naranjas, plátanos, duraznos y vides, que no están rodeadas por cactus y aloes densamente plantados en vez de muros o vallas.

En esos días, el  pequeño pueblo de Santa Cruz de unos 6.400 habitantes, le parece más pobre que el Puerto de la Cruz debido a mendigos agresivos.

Además, hay muchos camellos, que sirven como bestia de carga y le recuerdan a Brown, que Tenerife es geográficamente parte de África.

El atractivo de Santa Cruz es la fortaleza, que 34 años antes resistió al ataque del almirante británico Nelson.

Durante su estancia en Tenerife, Brown subió el Teide por tres diferentes rutas y también exploró el paisaje en excursiones que llevan a Icod de los Vinos y Guía de Isora hasta Vilaflor.

El Valle de La Orotava destaca por su naturaleza abundante

Como Alexander von Humboldt, el naturalista estadounidense, visita el jardín botánico del Puerto de la Cruz y lamenta que el gobierno real no cuida el parque que recibió como regalo.

Además alaba a la finca de La Paz, como “magnífica mansión entre el jardín botánico y el mar” y rincón “más romántico” de la isla.

Desde la azotea de la casa se disfruta de las vistas sobre todo el valle de La Orotava y le encanta cómo las olas chocan contra las rocas al pie de los acantilados.

Según Brown, en medio del camino hacia el mar hay una profunda cueva que alguna vez había sido el “palacio de un rey guanche”.

El naturalista también admira los dragos, santuario de los guanches.

Alexander von Humboldt ya había notado que estos árboles pueden crecer más de veinte metros y sus raíces se extiendan hasta quince metros en el suelo.

Dado que el drago, “tiene su origen en la India”, Brown, supone que ” los guanches debieron haber tenido contacto con Asia en algún momento”.

La zona santacrucera de la iglesia La Concepción hace unos cien años
La zona santacrucera de la iglesia La Concepción hace unos cien años

Según Brown el nombre de Aguamansa, donde “hay muchos castaños de ocho a diez metros de circunferencia”, hace referencia al hecho de que el agua de las zonas más bajas de La Orotava proviene de ese lugar.

En el periodo de Brown, la ciudad histórica, donde “se elevan dos iglesias a tres kilómetros de distancia”, tiene 1.200 habitantes más que Santa Cruz, que se convierte dos años más tarde en la capital tinerfeña.

Por aquel entonces en el Puerto de la Cruz cuenta con unos casi 4.000 habitantes, documenta el libro Cartas de las Islas Canarias.

Entonces, la populación era muy pobre

Según Cartas de las Islas Canarias, los isleños de su época tenían diferentes características, desde “rubios y europeos hasta los sucios y feos hotentotes”.

La estatura varía desde el “enano pobre” hasta el “gigante guanche”.

En general, los isleños tienen “una tez amarillenta”, pero también hay personas “de facciones agradables y bien proporcionadas”.

Por lo general, tienen ojos grandes y oscuros y cabello espeso que va del negro al castaño rojizo.

Suelen tener un mentón prominente y una nariz regular, a veces en forma de águila.

Las condiciones de vida correspondían a la pobreza de la población.

La “mayoría de las casas, en general casas terreras, son muy simples, tienen muy bajo nivel de civilización. Solo un puñado tiene más de dos pisos”.

Muchas casas tenían “ventanas, pero no todas están vidriadas”. Los campesinos pobres incluso construyeron sus chozas de piedra sin labrar y sin argamasa.

En su mayoría eran edificios redondos, cuyas vigas estaban cubiertas con paja y ladrillos.

No había piso puesto.

Mujeres tinerfeñas de otra época
Mujeres tinerfeñas de otra época

Jóvenes y viejos convivían y compartían una habitación con animales domésticos.

Mucha gente incluso vivía en cuevas, en las que piedras servían de asiento donde se dormía en lecho de helechos.

El siglo XIX carecía de oportunidades de ingresos.

Había pescadores, comerciantes y artesanos.

Los pastores vendían la leche de sus cabras y ovejas.

El norte tinerfeño en el libro Cartas de las Islas Canarias

En el valle de La Orotava, la mayoría de la población, pobres trabajadores agrícolas, recogió leña, lo que trajo a los pueblos en burros o sobre sus cabezas para venderlo a precio irrisorio.

En los pueblos, niños descalzos y hombres transportaron mercancía a cambio de dinero con sus mulas, camellos o sobre sus cabezas y hombros.

Los llamados “nieveros”, recogieron nieve y hielo en la zona alrededor del Teide para venderlo o como refrigerante en los pueblos.

Las esposas e hijas de los pescadores pasaron con sus canastas por distancias de hasta 15 kilómetros para vender frutas, verduras o pescado.

Las vendedoras ambulantes debieron su nombre de “cestera” al recipiente en lo que transportaron la mercancía.

En esa época, la rutina marca el día a día.

Al amanecer, la gente se levanta y toma una taza de chocolate con pasteles ligeros.

La comida principal, “durante la cual se cierra la puerta de entrada siempre abierta”, tiene lugar pasadas las dos de la tarde.

Normalmente hay carne, no obstante los más pobres se conforman con salazones, patatas y gofio.

En Fuerteventura, incluso se come camellos decrépitos o muertos.

Creencias supersticiosas y obediencia a la Iglesia Católica

Con consternación, Brown se da cuenta de la gran influencia de la Iglesia Católica en un capitulo de Cartas de las Islas Canarias.

Incluso entonces, se celebró “rituales penitenciales únicos” como fiesta anual en honor a la Virgen de la Candelaria, en la que “las mujeres a menudo se deslizan de rodillas hacia la estatua de la santa a unos 200 metros de distancia.

Ellas tienen los brazos extendidos y cinco velas encendidas en cada mano.

Dejan tras de sí un rastro de sangre, señal innegable del deplorable estado de sus rodillas”.

También había muchas “cofradías” con trajes específicos, que actuaban en procesiones pero también en funerales.

Además las “clases bajas crédulas” en particular tenían una inclinación por la superstición.

Creían en “brujas malvadas, fantasmas, duendes, signos y símbolos siniestros”.

Hace mucho tiempo....la Rambla Pulido, calle céntrica de Santa Cruz
Hace mucho tiempo….la Rambla Pulido, calle céntrica de Santa Cruz

El “mal de ojo” se consideraba particularmente amenazante.

La gente también creía que cualquier cosa con forma de cuerno podía romper un hechizo.

Por lo tanto, los huesos se colgaban en jaulas de pájaros o alrededor del cuello de los animales, y los cuernos de buey aserrados se colocaban en los caminos de los viñedos.

Cuando un peón se encontraba con una “bruja”, inmediatamente se alejaba para evitar los efectos del “mal de ojo”.

También se suponía que los amuletos protegían contra las brujas y las enfermedades.

La lechuza, el ave de la muerte, también contagiaba miedo porque  se escuchaba su canto solamente después del anochecer.

En esta época ya existieron muchos deportes autóctonos

Festivales y torneos deportivos de halterofilia, balonmano o Lucha Canaria fueron importantes eventos sociales.

Incluso se celebraba el carnaval, desde domingo hasta martes, no obstante, gente disfrazada ya desfilaba en las semanas anteriores.

Hoy el carnaval en Tenerife es una atracción turística, pero para el estadounidense Brown, hace 170 años, era “la diversión limitada de la chusma, que desfila por las calles disfrazada de gritos; sus estupideces tienen poca gracia”.

D.J. Browne: „Cartas de las Islas Canarias“,Centro de la Cultura Popular Canaria, C/Daute Candelaria 38203 La Laguna Tel.: 922 82 78 00 /20 00 Fax: 922 82 78 01 www.centrodelacultura.com

(La versión alemana publicada en Teneriffa Panorama, 2004 – 2007)