En la pequeña zapatería, un poco escondida en la esquina más lejana de la triangular plaza de San Francisco, enfrente del hospital de la Santísima Trinidad, en la parte de arriba del núcleo, se resucita el pasado de La Orotava.
Tras entrar por la pequeña puerta de madera, una pila de zapatos de todas las formas saludan al cliente, incluso algunas bolsas de cuero están metidas entre botas, cholas, sandalias, zapatillas, tacones altos, etc.
Incluso todas las estanterías de las paredes están llenas de zapatos.
Del techo cuelgan pequeñas cestas, barricas y miniaturas de otros objetos que entonces formaban parte de la vida cotidiana.
Mientras la decoración parece un museo de las tradiciones de la zona, varias herramientas, colgadas en las paredes y puestas en la pequeña mesa, demuestran que los propietarios del taller se dedican al oficio tradicional.
En el lado derecho de la pequeña zapatería hay una máquina de coser; en el fondo, hay una máquina para pulir y dar brillo a las obras acabadas.
La pequeña zapatería es una empresa familiar
La visita a la pequeña zapatería parece un viaje en el tiempo. No hay ordenador ni caja electrónica.
Es un espacio que difunde los aires de las películas que retratan la vida de los años sesenta.
Desde hace sesenta y dos años, la casa terrera cubierta de chapa ondulada alberga la zapatería fundada por el padre de los propietarios, un espacio, donde el abuelo de los dos zapateros anteriormente tenía su herrería.
Es verdad, el taller de Juan Pedro y Tomás Chávez Méndez es un vestigio del mundo comercial de entonces, una época marcada por los escaparates llenos de mercancía en la calle principal de la villa, una actividad comercial de la que quedan solamente fachadas con toldos cerrados.
La desaparición de las pequeñas empresas y tiendas familiares no es problema nuevo.
En La Orotava, la agonía de las pymes empezaba a finales de los años setenta y, a continuación, cambiaba paulatinamente todo el aspecto del núcleo de la villa.
Por eso, la zapatería, ubicada en la esquina más lejana de la plaza triangular de San Francisco, llama la atención por su singularidad.
Los premios y galardones otorgados por instituciones a la pequeña zapatería se deben, sobre todo, a su resistencia contra todas las corrientes y tendencias de la economía y del mercado.
Juan Pedro y Tomás viven de su clientela habitual, por eso no tienen problemas de identificar al propietario de cada zapato metido en el montón apilado de productos de cuero.
Los clientes llegan en intervalos de más o menos 15 minutos.
El nombre está indicado en la plantilla y el zapato forma parte de la pila. Normalmente tarda algunos días hasta que el trabajo está hecho.
¿Cuáles son las particularidades de la zapatería tradicional? “Hacemos de todo”, dice Juan Pedro.
Mientras los servicios de zapatos en los grandes almacenes solamente arreglan plantillas y tacones, el zapatero tradicional realiza toda forma de compostura.
Pone tapas, sustituye lengüetas, arregla todos los tacones, suelas y plantillas.
Además, sabe mucho del material y dispone de varios tipos de cuero.
Mientras Juan Pedro mide y corta una franja de cuero para poner una tapa a un bolso, Tomás cose un rasgón en una bota.
Luego pone tinte como base del color.
Los hermanos, incluso, confeccionan zapatos a demanda.
La especialidad son las botas de maga y las polainas correspondientes
Señal visible de esta actividad son un gran número de moldes de madera en el estante cerca de la entrada.
La especialidad son las botas de maga y las polainas correspondientes, una forma de calcetines, que forman parte de los trajes típicos y tradicionales de indumentaria tinerfeña.
Dedicarse a un oficio tradicional no significa estar anticuado.
Los lemas de las camisetas personalizadas que llevan los propios zapateros provienen de la música de Heavy Metal y del mundo de motos.
A pesar de la demanda, el futuro del oficio del zapatero tradicional es incierto. Los hermanos reciben premios y galardones por su compromiso con la artesanía tradicional, pero el marco económico en su sector ha cambiado por completo.
Entonces, la mayoría de los tinerfeños no tenían mucha ropa ni calzado, pero lo cuidaban y lo llevaban casi toda la vida.
Por eso, daban de comer al zapatero, quien ponía en orden los desperfectos de su calzado.
En la actual sociedad de consumo, la calidad artesanal no es la condición principal de un producto, pues importa más el volumen de negocio.
Los costes muy bajos de la producción automatizada garantizan grandes beneficios, el trabajo hecho a mano y arreglos manuales están evaluados como costes evitables.
En consecuencia, las empresas de todos los sectores calculan la vida útil de un producto antes de empezar la producción.
Las consecuencias de esta forma de pensar y de actuar son evidentes: “La calidad de los productos de cuero ha bajado mucho”, dice Juan Pedro y, por eso, piensa que él y su hermano “somos la última generación que ejerce este oficio.”
De lunes a viernes de 9.00 a 13.00 y de 15.30 a 19.30.
Sábados por la mañana.
(Publicado en Megawelle, 2011-2016)