Sabes, este tío.
El frutero en la Carretera General de Bajamar.
Siempre despide a la gente con un chiste.
De vez en cuando, soy capaz de devolverlo.
Al mismo nivel.
El pasado miércoles, por ejemplo, me dijo: “ . . y nos vemos en la procesión”.
Respondí: “Claro que sí. Te veré . . . pero no al revés.”
Me dio una mirada extremamente sorprendido: “¿Qué dices”?
Contesté: “¡Siempre voy tapado!”
No hay dudas, la indumentaria de las hermandades y las cofradías causa mucha sensación entre los turistas y espectadores.
Debajo de los trajes, más pesados que ajustados, se imagina normalmente a un abuelito tímido y piadoso.
O a una viuda frustrada, cuyo único aliado sea este capullo, desafortunadamente crucificado hace unos dos milenios.
Probablemente, tengo una vista estereotípica.
Pero hay que confesar que el pecador pro medio que yo soy, creo fielmente en este concepto.
O mejor dicho: lo hice, hasta hace poco.
Mi vista del mundo tan lleno de prejuicios se derrumbó por completo durante mi paseo por la exposición “Pasión Lagunera”, en la Casa de la Viña Norte en el casco de la ciudad universitaria tinerfeña en la que se expusieron los hábitos, las insignias, las medallas y los cuadros de las hermandades.
Mi cambio de conciencia no tiene mucho que ver con las prendas y los objetos expuestos en la planta baja de la casa, restaurada hace uno o dos años y posteriormente dedicada al vino.
¿ La Semana Santa: una pasarela hecha de adoquines?
Lo que me impactó fue la presentación.
Entre toda la indumentaria de varios colores estuvo ese chico.
Un joven muy guapo y de aspecto deportivo.
Extremadamente deportivo y descalzado.
Un amarillo collar de cuerda de diseño muy vanguardista adornó su negro traje.
En los pies llevó negros anillos metálicos que contrastaron muy fuerte con su piel blanca como nieve.
Sus ojos, ligeramente cubiertos por el capuchón de su humilde traje, brillaron.
Su mirada muy soñadora le dio los atractivos toques del típico “latin lover”.
A pesar de su entorno tan religioso, el chico difundió un carisma extremamente irresistible.
Su aura fue más de la revista “Curore” que el mundo clerical, más de “Interviú” que la iglesia.
Por supuesto, un ser tan sobrenatural, casi celestial, no puede ser de carne y hueso.
Ese maniquí de lujo se hubiera vuelto loco a todos los espectadores de los escaparates de los grandes almacenes en todas las ciudades del planeta.
Como todo el mundo sabe, la pasarela como una presentación sirve para mostrar la mejor versión, la verdadera esencia tanto de las personas como de los productos.
Teniendo en cuenta esta perspectiva surge la pregunta: ¿ Es posible que la propia Semana Santa sea aún más que un sencillo acto religioso ?
¿Qué sus desfiles, dedicados a vestuarios tanto extraordinarios y espectaculares como peculiares, tengan el objetivo de ofrecer a una pasarela hecha de adoquines a un gran número de muy insólitos modelos?
¿Es posible que la Semana Santa sirva para presentar una moda muy propia y vanguardista y además, infravalorada hasta el momento?
¿Una exposición que vincule “Prada” con el púlpito?
Probablemente, Penélope Cruz hubiera tardado mucho más en casarse con Javier Bardem, si ella hubiera sabido qué machos ejemplares esconden los hábitos de la Semana Santa lagunera.
(Publicado en Tenerife Week, 2011)