Antes del trafico motorizado, los senderos antiguos de la isla Tenerife comunicaban los pueblos tinerfeños.
En la actualidad, se organizan excursiones para redescubrir los mudos testigos de la vida de otras épocas.
Un sábado a las ocho de la mañana, la plaza de la Iglesia de Concepción, en el municipio de San Cristóbal de La Laguna, parece otro lugar, en el que no hay rastro del ambiente que caracteriza a este espacio, ubicado en el casco histórico de la antigua capital tinerfeña.
A esa hora los organizadores de la excursión el “Camino de las Peñuelas”, ya reparten información del pateo, indicando además el nombre de todos los participantes inscritos, con el fin de dinamizar el evento y fomentar el intercambio de experiencias entre los participantes.
La ruta forma parte del Programa “Sendereando”, dedicado a los antiguos senderos.
El proyecto está promocionado por varias entidades, entre las que destacan la Universidad y el Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna.
El objetivo de esta iniciativa es, por un lado, concienciar sobre la protección del medio ambiente, y por otro recuperar el patrimonio etnográfico y la historia local, un concepto que ya existe, de forma similar, en varias ciudades alemanes.
El punto cero de los antiguos senderos
“Sendereando”, se centra en la recuperación de los antiguos senderos y vías de comunicación, muchas de las cuales se desconocen en la actualidad.
Se trata de caminos que conectaban la actividad agrícola-ganadera con la ciudad en épocas pasadas.
Además, servían para que los antiguos pobladores de la isla se desplazaran, dependiendo de la época del año, a climas más suaves, siendo el movimiento más habitual aquel que se realizaba de forma vertical, desde la cumbre hasta la costa y viceversa.
Todos los antiguos senderos “tenían su punto cero o punto de partida”, tal como indicaba Miguel Díaz, el responsable de la ruta de unos 11 kilómetros que parte desde La Laguna, pasando por Tegueste, hasta Bajamar.
Mientras que en Madrid, todas las rutas parten de la Puerta del Sol de la capital de España, de la antigua capital de Tenerife, San Cristóbal de La Laguna, todos los senderos partían de la plaza de la Concepción, el edificio sacro más representativo de la ciudad hasta que se construyera la catedral.
Antiguos senderos por la zona lagunera
La primera parada de la ruta está muy cerca del punto de la salida, marcada por una placa en el suelo, que pasa desapercibida para muchos viandantes que diariamente transitan esta zona.
No se trata de una plancha metálica cualquiera, sino una placa conmemorativa que indica la orilla del lago a la que debe su nombre la ciudad de San Cristóbal de La Laguna.
La placa tiene grabado un mapa que refleja la situación urbanística del siglo XVI, destacando todas las ordenaciones territoriales por la que UNESCO ha declarado esta “primera ciudad sin murallas” como Patrimonio de la Humanidad.
Antes de la conquista por parte de la corona española, la zona de La Laguna, a la que los Guanches llamaban Aguere, era un espacio libre, un sitio sagrado para abastecerse de agua y celebrar ritos sagrados.
Al igual que las Cañadas del Teide, Aguere tampoco pertenecía a ningún menceyato.
El conquistador y primer regidor, Fernández de Lugo, estableció su residencia en la loma donde se construyó más tarde la iglesia de la Concepción.
Como todos los regidores de la época, de Lugo aprovechaba su situación elevada para observar todas las actividades de la población.
Por aquel entonces, la laguna, que se llenaba gracias al agua de las precipitaciones y la escorrentía, se extendía, hasta el convento de los franciscanos de la plaza de Cristo hasta la ermita de San Diego.
Las dos caras de la antigua laguna de Aguere
En el siglo XVI esta laguna sirvió como medio de transporte para personas y bienes.
Por otro lado, la laguna tenía también una faceta menos agradable, ya que era un hábitat idóneo para mosquitos y otro tipo de insectos.
Además, la zona se caracterizaba por presentar grandes inundaciones que afectaban a la población local, hecho que hoy en día se traduce en un porcentaje muy elevado de humedad en toda el área que fue ocupada por la laguna.
Para evitar catástrofes naturales, se construyeron los primeros canales que desviaban las masas de agua.
Como consecuencia de todas las canalizaciones, los laguneros hoy en día dicen que la ciudad está viva debajo del asfalto.
No solo las canalizaciones favorecieron la desaparición de la laguna, la presión urbanística y la falta de suelo en la ciudad de los Adelantados fueron un factor clave para la desaparición de esta masa de agua.
En el siglo XVII, la nueva burguesía, los ricos comerciantes y mercaderes, instalaban sus residencias en el suelo de la anterior laguna donde construían grandes mansiones en amplios terrenos para demostrar su poder y subrayar su prestigio.
La Casa del Ganadero: una emblemática casona de otra época
El camino de San Diego que llega a la ermita del mismo nombre, ofrece ejemplos impresionantes de esta arquitectura.
Algunas de estas propiedades, como la Casa Oramas o la denominada esquina de Brujas, cerca de la entonces Casa de los Criados, donde se tiraban papelitos de maldiciones, están hoy en ruinas.
No obstante, la Casa del Ganadero refleja perfectamente el brillo que difundían las casonas de épocas anteriores.
La edificación, con aljibe tradicional en la zona de entrada, ha sido restaurada por el Cabildo Insular y sirve como lugar para la celebración de actividades folklóricas y concursos de deportes tradicionales como el arrastre del ganado.
Muy cerca de esta edificación aún existe un antiguo muro que destaca por las grandes piedras cúbicas que, según la leyenda, formaban parte de un antiguo embarcadero.
Delante del portal de la ermita de San Diego, que abre sus puertas cada domingo al mediodía para la celebración de la misa, los senderistas paran otra vez para dar a Miguel Díaz, la oportunidad de informar sobre la historia de esta zona.
El también presidente de la Asociación de Vecinos de este barrio, dice que hace trescientos años, nació la romería en honor de San Diego, la más importante de la región, pero que desapareció hace años.
Muchos elementos de este desfile, los bailes y la presencia de barcos que homenajea a las travesías por el agua, hoy en día son elementos esenciales de la prestigiosa romería de San Benito, que transita por el casco antiguo de La Laguna cada segundo domingo del mes de julio.
Desde el convento de San Diego al Bailadero de Brujas
El convento de San Diego fue construido por los franciscanos que tenían varios conventos en la zona, hace unos cuatro siglos.
El terrateniente Ayala regaló a los monjes pobres una gran finca para facilitar el cultivo y la cría del
ganado, con el fin de abastecer a todos los conventos de la zona.
El corazón del amplio terreno, el trozo donde se encuentra la ermita, está delimitado por un muro alto.
Según la leyenda, durante la fase de construcción, por las noches, alguien rompía todo lo que se había construido el día anterior.
Por eso, cada día se empezaba reparando los daños.
Al final, el culpable resultó ser un burro que transportaba los materiales.
Antes de morir, el abad que controlaba la cantera, pidió inscribir en su lecho mortuorio: “Ahora el burro también puede calmarse.”
Muy cerca del muro hay un bailadero de brujas.
En este lugar, Miguel Díaz preguntó: ¿Quiénes eran las brujas en una época machista dominada por los clérigos católicos?.
La respuesta es sí.
Las brujas eran mujeres normales, que se encontraban en estos misteriosos sitios para festejar algunos días del año sin la compañía de los hombres.
Para estas celebraciones las laguneras, elegían el mismo lugar en el que anteriormente los guanches celebraban el cambio de las estaciones mediante ritos sagrados.
Una cima separa los municipios de Tegueste y La Laguna,
Unos pasos más adelante, encontramos un abismo muy hondo y de color rojo, la antigua cantera del Obispo, donde se explotaba la piedra roja que aún hoy en día luce en las fachadas de varias casas antiguas de La Laguna.
En este punto empieza el tradicional Camino de la Peñuelas, que discurre por un bosque de laureles.
El camino debe su nombre a una expresión local por piedras grandes.
También se cree que el nombre puede deberse a los propietarios de un terreno por el que pasa el camino.
Esa mañana, el tiempo estaba fresco, la niebla pasaba por el valle que sube de la costa de Tejina hacia el centro de la ciudad.
Unos cien metros abajo, en la vega, se extienden los campos y la cúpula de la catedral saluda desde lejos.
Entre los terrenos verdes, se puede ver algunas manchas oscuras, vestigios de los amplios bosques que cubrían la zona antes de la tala por parte los conquistadores españoles, que buscaban convertir el terreno en pastos para su ganado.
Después de un kilómetro, el grupo llega a la cima que forma el límite entre los municipios de Tegueste y La Laguna, una separación que tiene su causa en las vertientes por las que circula el agua de las precipitaciones.
Varios antiguos caminos pasan por Tegueste
El siguiente tramo del camino está indicado por las flechas que marcan todos los senderos de Tegueste.
Desde aquí se baja por escalones rocosos y atraviesan viñedos hasta llegar al centro del municipio.
El último tramo es el camino de los Laureles, un antiguo sendero, por el que transitaban antiguamente los pastores con sus rebaños.
Hace unos años este sendero fue restaurado y declarado como Bien Cultural, un romántico camino de adoquines limitado por pintorescas fachada de casas rurales.
En su parte alta, el camino de los Laureles circula por un paisaje en el que abundan especies de laurisilva.
En esta zona idílica se pueden observar numerosas especies de aves como pinzones, petirrojos, mirlos y palomas turquesas.
Tras un breve descanso en la plaza de San Marcos, ubicada entre la casa del consistorio y la iglesia, los senderistas pasan por el barranco Aguadio.
El barranco es un sitio de gran interés arqueológico, debido a un gran número de yacimientos aborígenes.
Aquí empieza “la parte más dura”, avisa Miguel, una subida por rocas, a menudo formando escalones.
El sitio sagrado donde los guanches celebraban sus ritos
A pocos metros, el sendero ofrece un panorama espléndido sobre el municipio de Tegueste.
Estas vistas incluyen la torre de la iglesia de San Marcos, el pabellón de la Lucha Canaria, formado como una concha, y las casas terreras rurales en los alrededores.
En el horizonte saluda el azul del mar y las nubes dan paso a los rayos de sol.
La orografía del terreno hace que en esta parte del camino los senderistas tengan que ir en fila.
Al final de la subida, una planicie suave espera a los senderistas, en la que se encuentra una era.
Se trata de un terreno redondo limitado, donde los paisanos utilizaban sus bueyes para trillar los cereales con el fin de separar los granos de la paja.
Como indicaba un panel en la falda de la subida, esta zona se llama “La Degollada”.
Eso no sorprende mucho, por ser una expresión habitual para accidentes geográficos de esta manera.
Pero en este caso, el nombre también está vinculado con una leyenda que trata de un joven aborigen que confesó el escondite de sus hermanos a los conquistadores españoles en esta región.
No obstante, en la época prehispánica este emplazamiento, a la falda de una cima coronada por una emblemática sabina, era un sitio sagrado, donde los guanches celebraban sus ritos.
Este punto también es el ecuador de la excursión.
Tras un descanso continúa la bajada de unos cinco kilómetros.
Miguel Díaz avisa de un “cambio de paisaje”, porque las rocas de esta parte son de basalto, fruto de erupciones volcánicas en los montes de Anaga.
Antiguos senderos conectan Bajamar con los pueblos de Anaga
Por su ubicación, hacia el norte el sendero pasa por una zona de sombra, no obstante sobre el inmenso azul del mar al horizonte ya brilla el sol.
Los caminantes atraviesan la típica vegetación costera del norte de la isla, en la que destacan los delgados cardones.
Es una ruta de dificultad media, por eso es recomendable llevar bastones aptos que dan apoyo en suelos resbaladizos y al bajar por grandes rocas.
El tramo desde Tegueste desemboca en un camino mucho más amplio y confortable, el sendero conecta Bajamar con lugares de Anaga como El Batán y la Cruz del Carmen.
“Es muy fácil perderse, si quieres ir de Bajamar a Tegueste no hay señalización porque el camino no está homologado”, explica Miguel Díaz.
Finalmente, el sol despide a los caminantes después de una ruta espectacular, que transcurre entre antiguos senderos y viejos caminos que empleaban las lecheras ambulantes para vender su leche a las familias de la ciudad.
(Publicado en Megawelle, 2011 – 2016)