El aire tiene muchas facetas. Puede presentarse tanto de forma calmada y encantar por sus brisas suaves, como ser un elemento destructivo que, transformado en un huracán, provoca inmensos daños y destroza casas completamente. En otras palabras: la energía eólica impacta.
Los impactos del aire también son objeto de estudio de los científicos que analizan su consistencia y su fuerza.
Para mejorar las características aerodinámicas de los coches, entre otros.
Una herramienta para el análisis es el túnel de viento del Instituto Tecnológico y de las Energías Renovables (ITER), ubicado en el municipio de Granadilla.
Durante el festival Eólica el público tendrá la oportunidad de someterse a los efectos e impactos del viento en el citado túnel.
En el mismo lugar, donde los investigadores normalmente simulan las corrientes del aire para determinar las cargas estáticas y dinámicas del viento sobre las estructuras de arquitectura mediante modelos a escala.
Ellos también analizan la resistencia aerodinámica de telas para la producción de la ropa de ciclistas de competición.
Vivir el impacto de la energía eólica en primera persona
El túnel de viento consiste de un circuito cerrado de forma ovalada a una longitud de unos veinte metros.
La trayectoria de ida está formada de dos salas de difusores, separadas por una planta propulsora equipada de nueve ventiladores con una potencia individual de 22 Kw.
Un variador de frecuencia regula la velocidad de los rotores.
La energía eólica generada por aquí, moviéndose de forma suave, está dirigida por chapas curvadas de metal en las esquinas del recinto.
En el circuito de retorno, la corriente pasa por las zonas de remanso y de contracción, para acelerar hasta la velocidad deseada en el corazón del circuito, la cámara de ensayo a la altura de la planta propulsora.
Es un recinto de tres metros de longitud, dos metros de alto y dos metros de ancho, construido de forma modular y desmontable, para adaptarse perfectamente a las necesidades de cada ensayo en particular.
Una de sus paredes laterales es acristalada, permitiendo así la perfecta visualización de los ensayos desde la sala de control.
Al salir de la cámara de ensayo, la velocidad del viento disminuye de repente en la siguiente zona de difusores.
Delante de los cristales donde, en otras ocasiones, ingenieros llenos de tensión esperan que los resultados del ensayo comprueban la exactitud de sus cálculos, ahora se ha colocado una larga cola de curiosos, muy preparados para descubrir, o mejor, desvelar los secretos del misterioso túnel.
Muy atentos persiguen con sus ojos las actuaciones de sus antecesores en el lugar ventoso, sellado con una pesada puerta equipada con dos cerraduras para evitar el escape del aire del circuito cerrado.
Antes de abrir la entrada del túnel, el personal da un vistazo a un indicador de la entrada.
Sentir la fuerza de los huracanes en el túnel de viento
El público que quiere empezar la aventura en el túnel es muy variado.
Niños, aún muy pequeños, se atreven a entrar uno a uno, junto a su padre o madre, a someterse al turno en el túnel.
En el caso de los niños, la velocidad del viento es mucho más baja, como indican las cifras que se reflejan de forma iluminada en una pared de la cámara de ensayo.
Un pasajero del túnel pasa durante su estancia por todas las escalas de viento, de ida y vuelta, hasta la celeridad máxima de 137 Km/h.
El cartel en la antesala informa tanto sobre los riesgos como la amplia gama de variedades del viento y sus características.
Una brisa “fresquita” levanta árboles pequeños, mientras olas muy gruesas con crestas empenachadas y grandes bancos de espuma arrastrada en forma de espesas estelas blancas, son rasgos del “temporal duro”.
A lo largo de tiempo la cola se ha reducido y de repente el turno me toca.
¿Qué va pasar en esta cámara detrás del ventanal?
La puerta se abre y un tripulante del equipo de mantenimiento de la instalación ayuda a ponerme el arnés, montado a una soga de cuero con nudos, fijada en el suelo.
Estoy también equipado con gafas para evitar que las ráfagas afecten a mis ojos.
Segundos más tarde, la calma se va y siento las primeras brisas suaves.
Despacio, pero sin pausa sube la intensidad y la presión del viento que viene de frente.
La velocidad de 70 Km/h me recuerda al viento en la cara en la playa de El Médano durante un día ventoso: una ráfaga predilecta de los windsurfistas, pero difícil de superar corriendo.
Siento en primera persona cómo la energía eólica impacta.
Hay que mantenerse en pie y no perder el equilibrio
Extiendo los brazos para sentir el poder de la fuerza invisible por todo el cuerpo.
Puedo disfrutar de la fuerza del viento conscientemente, asombrarme de que la energía eólica fuese probablemente una sorpresa muy mala.
Perder el equilibrio en estas condiciones sería fatal, debido a las dificultades inmensas de ponerse en pie.
Al llegar a 116 Km/h me doy cuenta de que el aire puede convertirse en una fuerza frenética e incombustible, una pared invisible y poderosa puesta en marcha para derribar y superar todas las defensas.
Después de llegar al punto culminante, la velocidad máxima de 137 Km/h de este trayecto de unos tres minutos, el viento empieza a ceder, poco a poco, hasta el punto de calma.
En breve se abre el monstruo de puerta.
Todo lo que queda es un sentimiento extraño, un poco nublado en la cabeza y un gusto salado en la boca que no se va en toda la noche.
De verdad, la energía eólica impacta.
(Publicado en El Guanche/Bajamar, 2008)