Ningún otro lugar de Tenerife difunde aires tan caribeños como la playa de Las Teresitas.
El amplio espacio de arena blanca se extiende más de un kilómetro en un suave arco al pie de escarpadas rocas.
Palmeres abordan la playa, quioscos con mesas al aire libre invitan a quedarse.
Al este está el pequeño puerto pesquero con barcas flotando en el agua y barcas tendidas en tierra.
Al oeste se eleva un escarpado acantilado con un mirador en lo alto, accesible por la serpenteante carretera hacia Igueste.
El mirador ofrece vistas de toda la playa que se extiende a un poco más de un kilómetro y que está protegida por el pequeño dique hacia el mar.
En el fondo, se ve las urbanizaciones enclavadas en la ladera.
En la zona de abajo del oeste se ve la pequeña playa negra de Las Gaviotas al pie del macizo de Anaga.
Esta playa es accesible para perros sueltos. Bañarse desnudo es también posible. No hay que cumplir estrictas normas como en Las Teresitas.
A diferencia de la emblemática playa vecina, la estrecha franja de Las Gaviotas tiene un gran inconveniente.
Existe el riesgo que piedras se deslicen y caigan por las fuertes pendientes.
Para evitar daños, Las Gaviotas está a veces cerrada.
Un rural y rocoso terreno golpeado por el oleaje
Es difícil imaginar que la playa tinerfeña más emblemática de la isla tenía el mismo aspecto que Cenicienta como su vecina al otro lado del acantilado.
No obstante, hace medio siglo el espacio de la actual playa de “Las Teresitas” pareció “Las Gaviotas”.
Por cierto, en ese momento la playa no se llamaba “Las Teresitas”. En esos días, las tres parcelas en la que está ubicado la playa, llevaban cada una su propio nombre.
El solar más cercano a la fortaleza en ruinas se llamaba “Tras la Arena”, los lugareños se bañaban y hacían picnics después del anochecer.
El terreno intermediario debía su nombre a “Los Moros”, un grupo de marroquíes residente.
El tramo occidental, lindaba con el Barranco “Las Teresas” e inspiró el nombre de la nueva playa de arena blanca.
En esa época, no más que una pequeña franja costera estaba cubierta de arena negra.
El terreno restante consistió de rocas sobre las que las olas golpeaban sin descanso y con gran fuerza.
Durante pleamar, el oleaje se extendía sobre toda la costa para chocar con las paredes rocosas colindantes.
Los surfistas venían a ese sitio con sus tablas de madera.
Bañarse era muy peligroso.
Incluso se registraron muertes.
Ni turistas ni los residentes de la capital isleña acudieron a ese lugar, en gran parte solamente accesible a través de una pequeña senda que se bifurcaba del camino hacia el vecino pueblo de Igueste.
En 1953, la Administración Municipal de la capital isleña decidió instalar un área de recreación con zona de baño.
Los planificadores eligieron los alrededores de San Andrés, debido a la disponibilidad de suficiente terreno para la implementación del proyecto.
En 1961, el Ministerio de la Vivienda español aprobó el plan urbanístico correspondiente.
Entonces se cultivaba legumbres en la zona de la actual playa
Seis años más tarde, se aprobó el proyecto arquitectónico, que preveía la creación de una franja de arena de hasta ochenta metros de ancho, protegida por espigones y presas.
El proyecto de construcción tenía también su lado oscuro: la expropiación de decenas de terrenos, suelos que anteriormente eran los pilares del sustento de familias enteras.
Muchas lágrimas brotaron, lo que probablemente sea una de las razones por las que a muchas personas en San Andrés les costó aceptar la nueva playa de arena.
¿Quién sabe todavía que en esta zona la agricultura era más importante que la pesca?
¿Qué se cultivaban aquí plátanos, tomates y agaves?
No obstante, la administración municipal tuvo también problemas respecto a la realización del proyecto.
En 1968, ya se había levantado el dique protector de 1.000 metros de largo a 150 metros de la costa.
Pero la arena para la playa tardó en llegar, debido a la falta de arena volcánica a precio asequible en la isla.
Las constructoras tinerfeñas la utilizaron como material de construcción en la capital de la isla y en el Puerto de la Cruz.
Por ese motivo, numerosas playas de la zona de Santa Cruz ya habían desaparecido por completo.
En este contexto, a sus responsables les pareció más económico importar arena del desierto de El Aaiún, ubicado en la región saharaui, entonces colonia española en África.
En 1971, el Ayuntamiento tomó un préstamo de 50 millones de pesetas para comprar 150.000 metros cúbicos de arena del desierto con un peso total de unas 270.000 toneladas.
Dos años más tarde la arena llegó a Tenerife en cinco millones de sacos. Su repartición tardó unos seis meses.
En 1973 se inauguró la playa de Las Teresitas
El 15 de junio del mismo año se abrió al público la playa de Las Teresitas.
Tanto elogios como críticas provocó la inauguración, dado que se quitaron los acantilados del Barranco para ensanchar la playa. De antaño, esas paredes rocosas habían servido de cortavientos.
Por tanto, ahora el viento sopla mucho más fuerte en este tramo de costa que hace cuatro décadas.
Los diques protectores en el frente reducen la velocidad de las olas para que la arena depositada no pueda ser arrastrada.
Pero no evitan que los granos arenosos sean arrastrados al agua.
Algo que provoca que el espacio de baño con el paso de tiempo pierda de profundidad.
Lamentablemente, en política hay que tomar decisiones en contra de un mejor conocimiento.
La pintoresca arena blanca anima a los niños a jugar mejor y encanta a los turistas.
Sin embargo, es considerablemente más difícil de mantenerla limpia.
Además, es mucho más fina y liviana que la arena volcánica, cuyos granos negros son considerablemente más gruesos y no pueden ser arrastrados fácilmente.
Hace cuatro décadas, los responsables municipales, conocieron esos defectos, pero finalmente eligieron el sustrato africano para completar el proyecto en el marco de un presupuesto razonable.
A lo largo de los años, se ha llevado tanta arena que, al preparar la arena, las máquinas de limpieza a veces golpean el suelo rocoso.
Hace quince años, con motivo del vigésimo quinto aniversario de la playa, la administración municipal hizo verter 2.800 toneladas de arena del Sahara.
Las obras de reparación, que duraron siete meses, costaron 400 millones de pesetas.
Bien conectada con el centro de la capital chicharrero
En la actualidad, “Las Teresitas” pertenece a las playas más famosas y hermosas de las Islas Canarias.
Probablemente debido a eso, el antiguo pueblo agrícola de San Andrés es una de las zonas residenciales preferidas de la región capitalina.
La región es muy tranquila, pero animada: en el centro del pueblo, limita un bar con el otro.
Parte del encanto es probablemente su idílica pero bien conectada ubicación.
El pueblo está situado a once kilómetros del centro chicharrero, escondido por el puerto y las instalaciones industriales.
Sin embargo, “Las Teresitas” sale a menudo en las cabeceras de los periódicos.
Muchas veces, la belleza paisajística y la alta calidad de vida no son el motivo sino la ambición de la administración chicharrera de optimizar el ambiente.
En otras palabras: mejorar la infraestructura para que la playa y sus usuarios aporten más dinero a las arcas municipales.
Un escándalo urbanístico debe su nombre a “Las Teresitas”
A mediados de los 90 se convocó un concurso para la construcción de un hotel y un parque de ocio en las parcelas que bordean la playa, que ganó un estudio de arquitectura de renombre internacional.
A continuación, muchos propietarios fueron expropiados sin ser informados.
Los dueños estafados denunciaron estas manipulaciones y ganaron unos años más tarde los juicios correspondientes.
En este contexto, se realizaron negocios inmobiliarios en los que participaron titulares de la administración municipal.
Puede ser que esas compras y ventas de terrenos incluso tuvieran algún sentido en los momentos del auge de la construcción y los altos intereses de entonces.
No obstante, desde la perspectiva actual es muy difícil comprender y entender esas actuaciones o sus motivos.
Todo lo que quedó de los ambiciosos planes fue la armadura de los pisos más bajos de un estacionamiento, construidos sin los permisos de edificación necesarios y probablemente con la intención de crear circunstancias irreversibles.
Un tribunal frenó el proyecto de construcción.
Su demolición va a pagar probablemente la administración municipal santacrucera.
(La versión alemana publicada en Megawelle, 2011 – 2016)